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El descontrol del mar

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Bolivia nunca tuvo una política de Estado (una doctrina, diría mi padre) respecto de su reivindicación marítima. Lo único que se ha mantenido invariable han sido consignas como “el mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber”, pero en lo referido a una estrategia clara, realista y de largo aliento, que resista los vaivenes de la política y el conflicto, absolutamente nada.

A veces pareciera que la ausencia de una doctrina seria es, en realidad, un defecto deliberado de los políticos para poder utilizar con mayor libertad aquel comodín que siempre está disponible debajo de sus mangas, para usarse en situaciones de crisis política, elevados índices de impopularidad o escándalo público, que es el patrioterismo anti-chileno.

No hallo otra explicación cuando pienso en los tremendos vacíos del asunto diplomático. A la pregunta de “¿Qué es exactamente lo que queremos los bolivianos?” la respuesta unívoca sería “mar”, pero ciertamente no sería exacta.

Una política de Estado seria no puede apuntar a obtener “mar” como sea, sino que tiene que contemplar opciones limitadas, definidas y determinadas por el realismo y la viabilidad. Por ejemplo ¿es posible recuperar el territorio que originalmente era boliviano? Esto sólo se podría lograr por dos vías, a saber 1) Una nueva conflagración en la que Bolivia retomase su litoral y 2) Un acuerdo diplomático con la República de Chile.

Al entrar el realismo en escena, la primera opción queda descartada, no sólo por la pobre capacidad bélica boliviana, sino porque estos ya no son tiempos para resolver conflictos entre países por la fuerza de las armas. La segunda opción también queda eliminada por el realismo, pues la devolución acordada del territorio originalmente boliviano, no sólo que sería un inconveniente excesivo para Chile, sino que dividiría al país vecino en dos.

Descartando, por distintas razones, la opción de los enclaves, sólo nos queda la idea de obtener un corredor útil y con continuidad territorial, dos cualidades a las que el Presidente Carlos Mesa agregaba la soberanía, que podría ser incluida con una variante conveniente a la estrategia para alcanzar el corredor.

Una vez que sepamos exactamente lo que queremos, habrá que diseñar una estrategia que nos acerque al objetivo trazado, en el marco de las relaciones diplomáticas, comerciales y geopolíticas, buscando que la solución requerida signifique beneficios para todas las partes involucradas.

¿Qué podría interesar a la comunidad sudamericana? La eliminación de potenciales inestabilidades en el frontera peruano-boliviana-chilena y la constitución de un símbolo de integración regional.

¿Cómo llamar la atención de Chile y Perú sobre la necesidad de solucionar el problema marítimo boliviano? Proponiendo la constitución de un poderoso polo de desarrollo en la frontera tripartita, a través de la creación de un corredor (y aquí la variante de la soberanía) con triple soberanía, donde se establezca una gran zona franca trinacional que potencie no sólo la integración, sino el desarrollo y el comercio.

Para ello, sin embargo, sería necesario un gran acuerdo político por el que los caudillos y los enfermos del “complejo de Adán” renuncien a sus manías de recomenzar la historia de Bolivia con ellos mismos y, por supuesto, a la idea de seguir usando a Chile como cortina de humo de la incompetencia política.

Seguir como hasta ahora, que un mismo gobierno ha cambiado tres veces de “estrategia” en menos de ocho años, es hacer lo de Penélope esperando a Ulises.

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