Es muy sencillo ser oposición. Quien está en función de gobierno debe solucionar los problemas de la ciudadanía luchando contra enemigos recurrentes como la pobreza, la ausencia de oportunidades, la carencia de servicios adecuados de salud y educación u otros, todos ellos sumados a sectores sociales, muchos de los cuales son los perjudicados por esas carencias y exigen resultados inmediatos, mientras que otros rechazan los cambios propuestos porque afectan directamente a sus intereses y prefieren que las cosas sigan como están.
Por si fuera poco, las autoridades electas deben lidiar con limitaciones internas, consistentes en la predisposición a la ineficiencia y la holgazanería de muchos militantes de partidos o vividores de la política que “quieren sueldo, no trabajo”, y que muchas veces han sido impuestos por sectores del partido o “padrinos” que hicieron algún tipo de contribución durante la campaña, mientras que la prensa, cumpliendo su deber, no hace más que investigar y hacer preguntas incómodas, develando incoherencias, errores o actos de mala fe por doquier.
Entre tanto la oposición a lo único que se dedica es a criticar. Algunas oposiciones (las pocas que atinan a la madurez política), a la vez que lanzan críticas también reconocen logros, y suelen realizar propuestas para mostrar que son capaces de proyectar soluciones y hacer conocer su propia visión del país que se puede construir. Pero estas oposiciones en Bolivia son como lunares.
La más de ellas se embarcan en la pura crítica destructiva, rechazando cualquier acción de las autoridades si reparar ni por asomo en los posibles beneficios de ciertas medidas. Estas son las oposiciones que la tienen fácil.
Bien, en Cochabamba le ha llegado la hora de la verdad a una de esas oposiciones, pues han dejado de estar fuera del gobierno para asumir el poder municipal y demostrar si son tan buenos construyendo como lo han sido criticando.
El Alcalde ha tenido un muy mal inicio, lloriqueando porque la administración saliente no ponía en marcha un proceso de transición para darle información que de todos modos puede obtener ahora.
¿Qué digo? Que la utilidad de un proceso de transferencia de información primaria a una nueva administración (eso es un proceso de transición) es sumamente limitada. Con alguna utilidad, pero no esencial. Sin embargo, la nueva Alcaldía nos hacía creer que le estaban negando la piedra filosofal para una buena gestión, extremo que es absolutamente falso.
Otra chambonada, seguramente fruto de algunos compromisos realizados con sectores sociales, fue la promesa de dar en propiedad sus puestos a los comerciantes, ignorando olímpicamente que la propiedad pública es de la comunidad, de la ciudadanía (por eso lleva el nombre de “pública”) y que la Municipalidad tan sólo debe limitarse a administrarla. Se requiere una ley del Estado para poder transferir lo que es de la gente.
Y debe tenerse en cuenta que ni los transportistas ni los comerciantes (preciosos aliados del nuevo Alcalde) son pobres ciudadanos necesitados de la ayuda del Estado, sino simple y llanamente empresarios privados.
Que no piense, el nuevo Alcalde, que va a tener menos dificultades que las administraciones salientes. Y ya no vale el lloriqueo, eso es para la oposición, ahora son oficialismo.