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De rastreros y traidores

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Cuando los ciudadanos votan por determinada fórmula o candidato, en realidad lo hacen por varias cosas. Una de ellas es la particular perspectiva con que las candidaturas ofrecen realizar una buena gestión de gobierno.

Convengamos en que si bien los antecedentes de las autoridades de cierto grupo político podrían dar lugar a creer que no es cierto, todos, al final de cuentas, ofrecen realizar una gestión positiva para la ciudadanía desde el cargo al que postulan.

Pero los votos también expresan simpatías y antipatías, premios y castigos, y no sólo señalan qué es lo que la gente quiere de su autoridad, sino también cómo y con quién(es) desean que esa “gestión positiva” se realice.

Cuando un político recibe la confianza y el apoyo del voto, se compromete a excluir todo aquello a lo que el electorado quería castigar, o por lo que deseaba expresar su antipatía. No hacerlo es equivalente a traicionar el voto y la confianza de la gente.

Eso es lo que ha sucedido en los últimos días en el municipio de Quillacollo luego de que su Alcalde decidiera jurar al MAS, sabiendo que su electorado votó expresamente por una opción a la que consideraba opuesta al partido de gobierno, ergo, traicionando todo el sentimiento expresado en su elección.

El haberse sentido “huérfano” en la gestión edil no es más que un argumento chapucero para justificar la trastada que se le hace al pueblo quillacolleño, pues es obvio que el sujeto en cuestión conocía de antemano las difíciles condiciones en las que asumiría el cargo, con un Concejo Municipal sin mayoría, una Alcaldía sitiada por el oficialismo y, él mismo, con riesgo de procesos legales en su contra.

Lo cierto es que a la hora de arrastrarse servilmente ante el poder, abundan quienes están dispuestos a mofarse de la buena fe del ciudadano y su voto. Lo hemos visto también con cierto Concejal del Municipio de Cercado, otrora opositor, ahora amigo íntimo del Alcalde; y también en un sinnúmero de casos de autoridades ejecutivas y legislativas, que creen que sentirse supuestamente traicionados, abandonados o defraudados por sus compañeros, es justificativo suficiente para traicionar el voto de la gente.

Hablamos desde hace años de una nueva forma de hacer política, pero todavía no somos capaces de reconocer y respetar algo tan básico como el sentimiento que imprime el ciudadano en su voto, y comprometernos con él, asumiéndolo con responsabilidad y disposición para enfrentar presiones, persecuciones e incluso nuestra propia caída, con tal de demostrar al pueblo que el político también puede ser honesto, honorable y fiel a la visión y perspectiva que se ha ofrecido, y que no por nada ha ganado el favor del elector.

Nunca olvido el día que yo mismo me sentí usado por la política, cuando Jaime Paz manifestaba “qué difícil es amar a Bolivia” mientras entregaba mi voto contra Gonzalo Sánchez de Lozada, a Gonzalo Sánchez de Lozada. Seguramente así se sintieron todos los agredidos y golpeados por la Unión Juvenil Cruceñista en 2008 cuando, a los pocos meses, el MAS firmaba una alianza con los golpeadores. Y probablemente también se vieron usados y traicionados los indígenas cuando un gobierno al que consideraban suyo, los reprimió en plena marcha por la defensa de su territorio.

Intentarán justificar como puedan su menosprecio al voto de las personas, argüirán los más variados argumentos y mostrarán sus más estudiadas y entrenadas caras de víctimas o héroes, pero no dejarán de ser rastreros y traidores.

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