Uno de los rostros más ridículos que ha adoptado la demagogia en Bolivia es el de la austeridad. Los políticos populistas parecen creer –no sin razón- que quien gane la carrera por parecer más pobre se beneficiará de la preferencia de un electorado que es fácilmente cautivado por símbolos y poses, y que parece no percatarse de que lo que necesitamos son buenos políticos, y no políticos pobres. El ganador del premio al más miserable, no por él se transforma en un político honesto, competente y bienintencionado.
La primera reducción de los salarios públicos se realizó en el gobierno de Carlos Mesa, pero en aquella ocasión la medida se fundamentaba en dos razones urgentes y reales, a saber: 1) El descubrimiento de unos salarios y pluses que hacían una vergüenza y escándalo nacional y 2) Mesa recibió un gobierno con un déficit fiscal de alrededor del 8%, que obligó a realizar recortes en varias instancias de la administración pública.
El primer gobierno de Evo Morales inició con anuncios absurdos como aquel de que el Presidente compartiría la casa presidencial con dos o tres autoridades de alta jerarquía, con el objetivo de mostrar aún mayor austeridad que el gobierno anterior. Afortunadamente la idea fue abandonada.
Lo que sí se concretó apenas iniciada la gestión 2006 fue la reducción del salario del Presidente a 15.000 bolivianos que, junto al decreto del gobierno Mesa, que prohibía que cualquier funcionario público reciba ingresos mayores a los del primer mandatario, limitó a todas las instituciones a contratar “profesionales” que en realidad sólo lo fueran por el valor de esa cifra.
Me parece una barbaridad que el Presidente gane sólo esa cantidad, pues no se trata de definir lo que al común de la gente le parezca suficiente o justo, sino de pagar a quien se contrata de acuerdo a la responsabilidad del cargo que le toca. Y es evidente que ser Presidente es un trabajo de gran responsabilidad.
Muy tarde la gente del gobierno se dio cuenta de las desventajas de la medida, pues YPFB, la principal empresa estratégica del país, había estado tratando de funcionar con “expertos” que no cobrasen más de 15.000 por su trabajo, con lo que ningún auténtico experto sentía las más mínima tentación por trabajar para Bolivia. El gobierno tuvo que crear una norma “especial” para que a los verdaderos expertos en hidrocarburos se les pudiera pagar más que al Presidente.
Tan extremo es el ridículo al que hemos llegado, que cuando los asambleístas del departamento de Cochabamba incrementan sus salarios a poco más de 10.000 bs, no faltan quienes lanzan el grito al cielo, siendo que los concejales de cercado ganan más de 13.000 y los secretarios de la Gobernación llegan a 10.000. Pero no, para mantener la demagogia de la austeridad han tenido que traer a Evo Morales a que presione a la Asamblea Departamental –vaya autonomía que nos gastamos- para que vuelvan a reducir sus sueldos, obteniéndose como resultado una extraña propuesta de compra de curules, que consistiría en que los asambleístas volverían al salario anterior a cambio de no ceder sus puestos a los suplentes.
La competencia por mostrar poses de pobreza nos ha vuelto tan miserables, que mientras se gastan millones en satélites, aviones y nuevos palacios, los concejales de Cercado no pueden adquirir unos cuantos iPads para trabajar, sin que dirigentes y políticos oportunistas de oficialismo y oposición condenen la probable compra como si fuera un gran abuso y la ruina del Municipio.
Preferiría que las autoridades compitan por ser los más eficientes y honestos, y no por quién es más pobre.