Ya hace más de 200 años, Alexis de Tocqueville, en su investigación sobre la democracia en América, había concluido que la libertad de prensa, a pesar de los posibles excesos que pudiera propiciar, era un bien sumamente valioso para la sociedad y la democracia.
Ahora que el gobierno boliviano ha iniciado un proceso contra varios instrumentos de esa libertad, me permito comentar y transcribir algunas de sus palabras.
Una de sus conclusiones descansa en el hecho de que la posibilidad de que la prensa pueda expresarse libremente no necesariamente implica bondad en aquellas expresiones. Así nos lo hace saber Tocqueville cuando dice: “Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza.”
Entonces, aunque los bienes alcanzados por la prensa libre no parecieran notables, su importancia radica en los males que puede evitar en pos de la libertad y la democracia.
Tocqueville también concluye que sin libre expresión no existe libre pensamiento cuando afirma que “La expresión es la forma exterior y, si puedo expresarme así, el cuerpo del pensamiento”
Lo que significa que no permitir que los ciudadanos y los periodistas se expresen libremente, sería lo equivalente a no permitir que piensen libremente.
Alexis de Tocqueville también aboga porque sea el ciudadano el que decida en quien creer, al señalar que “Cuando se concede a cada uno el derecho de gobernar a la sociedad, es necesario reconocerle la capacidad de escoger entre las diferentes opiniones que agitan a sus contemporáneos, y de apreciar los diferentes hechos cuyo conocimiento puede guiarle.”
Además, dentro de su análisis, la libertad de prensa debe ser irrestricta, pues afirma que “En materia de prensa, no hay realmente término medio entre la servidumbre y el libertinaje. Para recoger los bienes inestimables que asegura la libertad de prensa, es preciso saber someterse a los males inevitables que provoca.”
Finalmente, quiero copiar un texto, a la vez transcrito por Tocqueville en aquellos tiempos, de un periódico norteamericano llamado “Vicenne’s Gazette”:
“En todo este asunto, el lenguaje de Jackson (Presidente de Estados Unidos) ha sido el de un déspota sin corazón, preocupado únicamente por conservar su poder. La ambición es su crimen, y en ella encontrará su castigo. Tiene por vocación la intriga, y la intriga confundirá sus designios y le arrancará su poder. Gobierna por la corrupción, y sus maniobras culpables tenderán a su confusión y a su vergüenza. Se ha mostrado en la arena política como un jugador sin pudor y sin freno. Ha triunfado; pero la hora de la justicia se acerca. Bien pronto le será preciso devolver lo que ha ganado, arrojar lejos de si su dado engañador, y acabar en algún retiro donde pueda blasfemar en libertad contra su locura, porque el arrepentimiento no es una virtud que haya sido dado a su corazón conocer jamás.”
Si en ese tiempo, y aún hoy, los gobernantes verdaderamente democráticos y respetuosos de la libertad de sus pueblos, podían soportar este tipo de comentarios sin iniciar juicios insensatos contra sus autores ¿por qué los gobiernos de hoy son tan sensibles y delicados frete a ellos?, ¿no será que en el fondo, no son más que miserables partidarios de la servidumbre de sus pueblos?
¿No será que Evo Morales, a diferencia de Jackson, efectivamente es un déspota sin corazón? ¿Y Percy Fernández?