En los tiempos en que el famoso tango “Cambalache” se transforma en patética realidad por la boca y por los actos de charlatanes que manipulado las frustraciones y necesidades de nuestros pueblos se han asegurado la transferencia de poderes omnímodos y honores inmerecidos, “Las Máscaras del Fascismo” de Juan Claudio Lechín, constituye un testimonio insoslayable de la impostura y el engaño que nos han conducido al establecimiento de nuevas monarquías, con caudillos que hacen de reyes y entornos plebeyos que desempeñan de noblezas.
La primera paradoja que encontraremos en este documento se presenta en su misma introducción. Lechín cita al Libertador Simón Bolívar, quien en el Congreso de Angostura manifestó que la instalación de las libertades civiles, la igualdad ante la ley, y la división y equilibrio de poderes, entre varios otros principios extraídos de las experiencias francesa y norteamericana, eran “actos eminentemente liberales”.
Paradójico porque es precisamente un liberal como Bolívar quien ha sido utilizado hasta el hartazgo por Chávez, y sobre cuyas ideas ha pretendido engañosamente lograr que Venezuela y el resto de los países latinoamericanos, creamos que emprendía una cruzada cuyo único fin ha sido el retorno al sistema que el Libertador combatió hasta la muerte, el absolutismo. La reivindicación de los valores libertarios de Bolívar, así como su oposición a cualquier tipo de centralización del poder, es una deuda pendiente de nuestras sociedades para con su memoria.
En “Las Máscaras del Fascismo” veremos las sorprendentes similitudes entre aquellos regímenes a los que clásicamente se llamó fascistas –Hitler, Mussolini y Franco- y los que hoy se hacen llamar socialistas del siglo XXI –Chávez, Castro y Morales- confirmando una de las hipótesis de Lechín, a saber: Que “El fascismo, como fenómeno histórico, puede declararse amigo o enemigo de la propiedad privada, encarnar el pasado o el presente, ser de derecha o de izquierda, abrir la economía o disminuir la represión, podrá decir o hacer cualquier cosa siempre y cuando –y esta es su naturaleza- las acciones le allanen el camino al poder absoluto.”
Para ello, en el libro se presentan varios instrumentos de análisis: El primero es el Índice Facho que, como lo afirma el propio autor, es una especie de lista de requisitos –check list- que se deben verificar para medir la condición fascista de un determinado régimen, o de una particular realidad política. Ésta sería la herramienta inicial y más general para la detección del fascismo.
Sin embargo, Lechín no se queda en la observación preliminar de los síntomas, sino que disecciona y analiza las acciones del fascismo pedazo a pedazo, utilizando el método de la comparación de manera sistemática, a través de la observación de los distintos métodos que aplicaron tanto los fascismos clásicos como los del siglo XXI para hacerse con el control político, el control legislativo, la represión judicial, control de los aparatos represivos, de los medios de comunicación, control del voto, control sindical y destrucción de las autonomías o del federalismo. Presentando resúmenes esquemáticos de dichas comparaciones en varias tablas.
En la parte referida al control del voto, el autor nos presenta “El electoral truquillo del caudillo” que consiste en una serie de medidas que todos los fascismos –incluidos los del siglo XXI- han aplicado en pos de la conquista, ampliación y mantenimiento del poder, como el fraude y la represión electoral, y la utilización hasta el colapso de los actos electorales.
No es mi intención revelar aquí todos los detalles de “Las Máscaras del Fascismo”, y más bien deseo alentar a todos los latinoamericanos a constatar, a través de la obra de Lechín, cuán inquietantemente parecidos son algunos de nuestros gobiernos con aquellos a los que aprendimos a mirar con desprecio en los libros de historia.
Deben saber, por ejemplo, que Benito Mussolini también abogó por una Asamblea Constituyente en el “Programa de San Sepolcro”, echando por tierra una Constitución “donde las libertades son un derecho, donde todo habitante es un ciudadano con derechos iguales y cuyo diseño contempla proteger al ciudadano de los excesos del Estado” y convirtiéndola en un mero instrumento para el ejercicio arbitrario del poder.
Lechín nos muestra cómo, al igual que los fascistas del siglo XXI, Hitler redujo la democracia al simple ejercicio del voto universal, como un instrumento para legitimar la abusiva vulneración de la libertad y los derechos que la democracia debiera salvaguardar.
Igual que Chávez, Castro y Morales, los fascistas clásicos destruyeron la independencia de los parlamentos, quitándoles cualquier poder de decisión contraria a la voluntad del caudillo, convirtiéndose ellos mismos en portentosos legisladores y constituyentes, y demostrando que “Cuando el fascismo triunfa, el Parlamento no es sino un cascarón donde el caudillo deposita los contenidos que quiere.”
Veremos a los fascistas, nuevos y antiguos, legitimar sus actos utilizando la violencia callejera, desterrando el principio de presunción de inocencia a través de la aprobación de normas de “seguridad pre-delictiva”, y estableciendo regímenes de partido único mediante la utilización de la represión y persecución política.
Este libro también nos refrescará la memoria con varias citas de caudillos -o de principales miembros de sus cortes- como aquella en la que el régimen cubano manifestaba “Elecciones… ¿para qué?” o la más reciente del Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: “Ha habido una reorganización geoestratégica de la presencia militar en el país. Habrá mucha más presencia militar (…) Acostúmbrense a ver presencia militar del Estado”
Pero “Las Máscaras del Fascismo” es más que un ensayo comparativo que demuestra que los fascismos, antiguos y actuales, no son más que una reedición de las monarquías absolutistas del pasado. Es, también, cuando se llega a las consideraciones finales y conclusiones, una reflexión en torno a nuestros infructuosos intentos de implementar órdenes sociales libres –o liberales- a causa de elementos tradicionales que permanecen dentro de nuestras sociedades –como el caudillismo o la corrupción- y que afectan de manera transversal tanto a ciudadanos como a líderes y dirigentes.
Con una prosa enriquecedoramente pincelada de poesía y metáforas, Juan Claudio Lechín nos muestra que lo que tenemos hoy en Cuba, Bolivia, Venezuela y algunos otros, no es otra cosa que fascismo.
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